martes, 18 de enero de 2011

Submarino

El danés Thomas Vinterberg, seguidor del movimiento Dogma -aquel novedoso estilo que no innovaba absolutamente nada pero fue una habilísima plataforma publicitaria-, acabó abandonando aquella religión visual y este Submarino es prueba fehaciente de ello. La película, que describe dos existencias marcadas por una tragedia del pasado, dos seres sin rumbo, entregados a la autodestrucción, es sólida y hábil. Consigue describir a la perfección las vidas elegidas, y uno llega a imaginarse hasta lo que no aparece en el cuadro. La miseria moral, el autoabandono, la conciencia atroz de una culpa que no fue tal, marcan las existencias de dos hermanos que sirven al director para mostrar la parte menos amable de los civilizadísimos y deprimentes países nórdicos. La dirección es solvente, los actores efectivos, pero la historia se resiente de una complacencia en la desgracia que en algunos momentos vuelve inverosímil el conjunto. Es como si el director se hubiera propuesto narrar las existencias más desgraciadas del mundo, y da pena que una propuesta tan estimulante a muchos niveles funcione a medio gas por simples problemas de guión. Otra cosa que me desagrada es ese exceso de paralelismos, esa obsesión por la geometría del guión. No quiero destrozar la historia a quien aún no la ha visto, pero el prólogo encuentra un final demasiado forzado cuando averiguamos el origen del nombre del hijo, igual que tampoco funciona la visión exageradamente determinista del conjunto: los dos hermanos reaccionan de forma diferentemente destructiva al acontecimiento del prólogo, pero sus vidas resultan encorsetadas por un guión empeñado en demostrar, una y otra vez, que es imposible llevar una vida feliz si tu infancia ha venido marcada por una madre alcohólica y un accidente imprevisto. Decir que es una película bonita sería ridículo -demasiado drama, demasiada sordidez-, pero sí que merece la pena un visionado. Eso sí: se quitan las ganas de visitar cualquiera de los países nórdicos, porque el retrato que hace de ellos es implacable, con esa paleta de grises, esa frialdad -fuera y dentro de los personajes-, esa nieve medio derretida en las aceras, ese alcohol omnipresente...


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