Shortbus es el nombre de un local extraño, mezcla de club de sexo y de espacio cultural alternativo (de difícil verosimilitud, todo sea dicho, pero quíén sabe: son tan raros estos americanos...), y es el lugar donde las vidas de los diferentes protagonistas se van a cruzar: James y Jamie, una pareja homosexual que busca, a instancias de Jamie, abrir la relación a otras experiencias; su terapeuta sexual, una mujer que nunca ha conocido el orgasmo, en compañía de su marido; Severin, una dominatrix dominada por la tristeza y la sensación de vacío; Ceth, un joven prendado de James y Jamie, y Caleb, un vecino que no deja de espiar a la pareja. Todos los personajes buscan en el sexo una vía de realización personal, y la visión del mismo es completamente desprejuiciada, luminosa. Y en eso reside lo más notable de la película, lo que la convierte en un especimen raro dentro del cine actual (y, sobre todo, dentro del norteamericano): su tratamiento del sexo, que es explícito hasta límites antes nunca vistos en el cine no pornográfico. Esto la convierte en un interesante experimento: el espectador tiene ocasión de contemplar escenas de orgía, cuerpos que no dejan de follar, penes erectos, eyaculaciones, masturbaciones, tríos, cuartetos, y, sin embargo -y esto es lo más interesante de todo-, la mirada limpia de su director, James Cameron Mitchell, otorga a sus imágenes el don de la transparencia. Si se va a reflexionar sobre el papel del sexo en el mundo contemporáneo, era necesaria esa explicitud, llevando a su plenitud lo que ya estaba apuntado en Nine songs o en Intimidad. Un personaje que no siente el orgasmo, otro que no se atreve a pedir a su pareja que cumpla sus deseos -masoquistas, en este caso-, otro que sufre por no acabar de entregarse completamente a su pareja. Parejas y solteros aparecen igualmente solitarios, quebradizos, frágiles, deseosos de un cambio que no saben cómo acometer.
La película se acaba contagiando del espíritu underground del local que le da título, y desde ese presupuesto todo lo que sucede -por inverosímil que pueda parecer- tiene justificación. Los disfrutes del cuerpo tienen buena parte de importancia en los del alma, y toda la carnalidad de la película se acaba convirtiendo en una abstracción sobre el ser humano, su felicidad y sus sufrimientos en un marco estrictamente contemporáneo. No he visto Hedwig and the angry inch, pero el visionado de esta película me ha despertado las ganas de disfrutarla.