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lunes, 24 de enero de 2011

Mataharis

Llevado del entusiasmo por la última película de Icíar Bollaín, me pongo a ver la única película que me faltaba de ella. Y lo único que no me ha gustado de esta película tersa, sin miedo a hablar de sentimientos de forma sencilla, ha sido el título. Mataharis hace pensar en espías sofisticadas, mujeres devorahombres -en mi mente, la imagen de Garbo embutida en trajes exóticos-, y nada más lejos de todo ese glamour que las tres mujeres protagonistas de esta estupenda película. Las tres trabajan como detectives para la misma empresa, liderada por un jefe impresentable, pero la película no se detiene en contarnos cuáles son sus relaciones, sino que nos describe la vida de cada una. Con sus carencias afectivas, sus dudas, sus cansancios, sus ilusiones, sus amores y desamores, las tres mujeres representan tres modelos, tres edades, tres posturas. Inés (María Vázquez), la más joven, está ilusionada con su trabajo, busca una estabilidad sentimental que no acaba de llegar -sólo encuentra amigos con derecho a sexo- y acabará enfrentada, en su investigación, ante un dilema ético; Eva (Nawja Nimri), sobrepasada por su maternidad, intenta compaginar su vida privada con la laboral, pero un descubrimiento sobre su propio marido la hará ejercer su oficio sobre éste; la última, la madura Carmen (Nuria González), mientras espía un naufragio matrimonial, acaba planteándose si el suyo no estará haciendo aguas también. Bollaín nos muestra las incertidumbres vitales, los sentimientos de estas tres mujeres, que se van a ver interferidos por su trabajo, por la vida que llevan. Unas espías muy alejadas del tópico cinematográfico. La directora nos enseña sus momentos de aburrimiento, de fastidio, la parte menos peliculera de esas existencias, llenas de soledad, polvos insatisfactorios, pañales por poner, pero también -y en eso reconocemos a la Bollaín humanista- la reflexión sobre la trascendencia de nuestros pequeños actos. 
Se trata de una película pequeña, intimista, hecha como al descuido -en busca de una naturalidad visual que las interpretaciones apoyan sólidamente-, pero mimada en los más pequeños detalles: miradas, silencios, lágrimas y suspiros se trenzan con el estrés de la gran ciudad, con un oficio que enfrenta a quienes lo ejercen con sus propios secretos al mirarse en el espejo de los secretos ajenos.
Como decía antes, sólo el título me parece desacertado, porque puede hacer esperar al espectador una ironía de la que la cinta carece por completo. Y de una mujer que ha elegido títulos tan hermosos como Te doy mis ojos o También la lluvia podríamos esperar algo más. Pero se lo perdonamos.

domingo, 23 de enero de 2011

También la lluvia



En cine no se llevan las buenas intenciones, al menos en España. Las películas que pretenden denunciar algo, sobre todo las españolas, acaban siendo criticadas por diferentes motivos. Digo esto porque no acierto a comprender por qué el estreno de También la lluvia fue recibido con unas críticas tibias, cuando no frías. Para mí, la última película de Icíar Bollaín es una gran película, narrada con elegancia y pericia -y no era fácil ensartar los dos niveles de la narración: el del presente y el del pasado. 
El argumento de la película es sencillo: un equipo de filmación se traslada a Cochabamba (Bolivia) para rodar en sus inmediaciones una película de denuncia sobre la colonización de los indígenas a manos de Colón y sus hombres. La rapiña, la codicia, la inhumanidad de aquellos hombres fueron descritos por Bartolomé de las Casas, que forma parte del grupo. Pero, mientras tiene lugar el rodaje, se desata en Cochabamba la Guerra del Agua, un episodio más de la explotación de los bolivianos a cargo de empresas norteamericanas. Ambas explotaciones (la que se hizo en nombre de Dios y la Corona y la actual, hecha en nombre de las multinacionales) se suman a una tercera: la del equipo de rodaje, que paga una miseria a unos extras necesarios para la existencia de la película. Los dos niveles se van superponiendo, complementándose, y a medida que los conflictos del presente aumentan, los diferentes personajes mostrarán diferentes actitudes, desde la solidaridad al miedo y al egoísmo. La directora sabe sacar significados y sugerencias de los contrastes (entre pasado y presente, realidad y ficción, compromiso y egoísmo, poderosos y explotados), con un guión del habitual del cine de Ken Loach, Paul Laverty. Es cine comprometido, sí; es cine de izquierdas, sí; es cine que intenta mostrar un resquicio de esperanza en ciertos cambios en el comportamiento de algunos personajes, sí. Es cierto que en la vida real esos cambios son raros, pero ¿no hay gente que ayuda a los menesterosos, a los explotados, o que por lo menos lo intenta? ¿Por qué mostrar eso ha de restar méritos a una película honesta, transparente, bien contada, llena de personajes creíbles? ¿Sólo el cine de Loach o los Dardenne han de aunar calidad y denuncia? ¿Es un delito -narrativamente hablando- mostrar un rayo de esperanza?
Bollaín ya demostró en anteriores trabajos que es una estupenda directora de actores, y aquí lo vuelve a confirmar, consiguiendo interpretaciones sutiles y verdaderas de Luis Tosar y Karra Elejalde, sobre todo, y demostrando que es una maestra a la hora de extraer lo mejor de actores no profesionales.
Yo aconsejo a todos que vayan a verla, antes de los goyas y los oscars y todo ese ruido mediático. La misma mirada honesta que ya había en Flores de otro mundo o Te doy mis ojos se encuentra en esta película, que denuncia algo que el cine español, hasta ahora, nunca se había planteado: muestro papel real en el descubrimiento y colonización del Nuevo Mundo.