jueves, 6 de octubre de 2011

Tengo algo que deciros



Hay películas inútiles, empedradas de buenas intenciones, que se empeñan en avanzar sin una historia real -quiero decir, una historia que nos interese- sólo porque su autor considera que hay que concienciar al público de algo. Pretenden ser películas de tesis, pero le hacen un flaco favor a la tesis que defienden, porque dan ganas de apoyar la causa contraria. En este caso, la tesis es: La homosexualidad es algo natural y la sociedad debería aceptarla igual que la heterosexualidad. ¿Hacía falta defender esta idea, a estas alturas?
El argumento es sencillo: Tommaso, hijo menor de la acaudalada familia Cantone, vive lejos de la ciudad familiar, entregado a la literatura y viviendo en pareja con otro hombre. Su familia cree que estudia Economía y que va a ocuparse del negocio, y él ha decidido aprovechar una comida familiar para hacer público que es gay y que quiere dedicarse a la literatura. Lo que no sospecha es que, antes de pronunciar las palabras liberadoras, sucederán cosas que alterarán todos sus planes. El director, Ferzan Ozpetek -autor de El hada ignorante- intenta adoptar un tono entre didáctico, simpático y dramático. Pero todo se queda en buenas intenciones. Y las películas no se hacen con buenas intenciones, sino con imágenes que cuentan, con personajes bien dibujados, con actores solventes. Los personajes de la familia son increíbles, planos, y las situaciones son todas impostadas, falsas, a medio camino entre la bufonada y un lirismo de qualité que, en ocasiones, producen vergüenza ajena. Jamás la homosexualidad estuvo tratada de un modo tan estereotipado, y, si el público destinatario de este film es el gay, resulta lamentable la idea que de los mismos posee el director.
Es el tipo de película que, en fin, hace preguntarse al espectador cómo algún productor se atrevió a poner sus huevos en esta cesta, como dirían los anglosajones. 




jueves, 22 de septiembre de 2011

Incendies



Canadá. Dos hermanos mellizos de origen árabe descubren que su madre, que llevaba mucho tiempo sin hablar y que acaba de morir, les hace un encargo póstumo a través de sendas cartas. Y los hijos, para cumplir la última voluntad de la difunta, deberán viajar hasta Líbano y tirar de un ovillo al final del cual se encuentra el espanto. Un espanto en estado puro. El horror.
La película, que se toma su tiempo para narrar su devastadora historia, sabe crear una atmósfera personal. El director, Denis Villeneuve, ensaya una narración seca, desprovista de esa retórica de los sentimientos a la que estamos tan acostumbrados, y nos muestra con imágenes -¿no es eso el cine?- cómo el intento de averiguar la verdad nos puede conducir al horror. Hay una voluntad manifiesta de denunciar la demencia de la situación en Oriente Próximo y la locura religiosa, tan fecunda en sangre. Pero, además, el director sabe poner al día la estructura de la tragedia clásica más pura (la estructura y el alma del Edipo, rey de Sófocles se encuentran maravillosamente tratadas). Quizá, como única pega, se podría decir que para el espectador poco versado en la historia de Líbano, el marco narrativo es confuso y hay ciertos hechos que no se pueden comprender bien.
Los actores consiguen transmitir a la perfección los sentimientos que el mismo paisaje y la trama desprenden. Y toda la trama descansa sobre sus caras, sus cuerpos, porque el director ha querido casi prescindir de los diálogos. El avance de las imágenes, de los hechos, es contundente, inevitable, como el destino. El fatum de la gran tragedia alienta en esta inexorable, apabullante, desoladora película.


Alle anderen (Entre nosotros)



Chris y Gitti son una pareja bastante reciente. Pasan unas vacaciones en casa de los padres de Chris, en una isla italiana, y ese tiempo que comparten les sirve para conocerse, practicar sexo, conocerse más a fondo. Todo lo a fondo que pueden conocerse dos personas, que quizá no es mucho. Y la película nos cuenta, con tiempos muertos y atención a los pequeños gestos, esta relación de dos seres anodinos, con sus rarezas, mezquindades y complejos. Y cómo cuando se relacionan con unos conocidos de él -que casualmente veranean cerca- surge el conflicto. 
La sensación que deja la película es rara: si, por una parte, la directora pretende reflexionar sobre LA pareja, sus contradicciones, esencias, grandezas y miserias, los personajes elegidos y, sobre todo, el tono del conjunto, hacen pensar que  no hay ninguna voluntad de reflexión, sino de mostrar un caso particular. Es como si tuviera en mente a Bergman pero esa referencia se le diluyera a medida que los personajes y los diálogos se van desarrollando. Al final, lo que queda es la crónica de la relación de dos seres enojosos, egoístas, imprevisibles, más que una reflexión sobre el ser humano y su patética necesidad de vivir en pareja.
Las interpretaciones son sobresalientes -especialmente ella, que compone un personaje incómodo-, y el uso de la puesta en escena y del espacio contribuyen a una sensación de aislamiento que acaba provocando en el espectador un malestar que, al menos en mi caso, hacía tiempo que no sentía ante un film.


martes, 6 de septiembre de 2011

La piel que habito



Y llegó la tan esperada -campaña publicitaria perfecta de por medio- película de Almodóvar. La historia, inspirada muy libremente en la novela Tarántula, de Thierry Jonquet, nos cuenta una de las historias más universales que existen, la de la venganza. La venganza de un padre sobre quien le arrebató lo que más quería. Sólo que la venganza acaba complicándose. La historia, como siempre en el autor manchego, es una excusa para jugar con los géneros y crear una criatura insólita, mezcla de las películas de científico enloquecido, de amour fou (en esta ocasión en sordina, sin tanta palabrería), de psicópata, de creador enamorado de su creación. Y todo, unido a los estilemas propios del cine del propio autor, que es en sí ya un género: colorido, gusto por lo bizarro, por la provocación, uso de canciones, humor un tanto surrealista, interés por la problemática de la identidad sexual, etc, etc. Y el artefacto que le ha salido se deja ver con agrado -bastante más del que hacía presagiar el tráiler-, pero poco más. Se supone que hay una profunda indagación en la identidad sexual, en la relación víctima-verdugo (y su inversión), que los sentimientos están bullendo bajo la piel, pero todo atisbo de pasión es inexistente. En la historia y en la narración. Y hay secuencias que, supuestamente, están ahí para provocar una profunda emoción y  producen risa. 
A veces da la sensación de que Almodóvar confía tantísimo en su genio, en su creatividad (que lo ha llevado a crear grandes películas), que está convencido de que no hay situación, por ridícula, rebuscada o rocambolesca que sea, que él no puede convertir en cine de primera calidad. Su cine se resiente de eso últimamente. Del enorme ego de su autor.


domingo, 28 de agosto de 2011

Treme (2ªTemporada)



El último proyecto hasta la fecha de David Simon (y de Eric Overmyer), el creador de la insuperable The wire, es esta nueva serie, Treme (léase Tremé), que ya va por su segunda temporada. En lugar de Baltimore, Simon elige una ciudad emblemática: New Orleans, en concreto la ciudad devastada unos cuantos meses después del Katrina. Por supuesto, en la serie se critica al poder (en cualquiera de sus manifestaciones) que intenta enriquecerse a costa de la desgracia ajena, insensible al dolor. Pero -y ésta es la gran diferencia con respecto a The wire- en Treme hay un canto al ser humano, que, en contra de todos los poderes y a pesar de todas las desgracias, intenta  tirar hacia adelante y busca arreglar su vida, su casa, su barrio, su ciudad. No siempre lo consigue, pero ese esfuerzo positivo por ser feliz, por tener alegría, por disfrutar (del amor o de la música o del mardi gras, tanto da) es uno de los factores que convierten Treme en una fuente inagotable de sonrisas en el espectador. La serie nos cuenta cómo intenta rehacer sus vidas después de la tormenta un manojo de personajes (muy pocos si los comparamos con la serie anterior de Simon): Antoine Batiste es un músico de jazz mediocre, casado, mujeriego, que vive a salto de mata, simpático; David McAlary trabaja en la radio y es inestable, nervioso, dicharachero, ideador de grandes proyectos; Albert Lambreaux es un testarudo viejo que regresa a la ciudad para vivir allí y para continuar con su tradición de indio en el Mardi Gras; su hijo, Delmond, es un jazzman culto que vive en New York y tiene que apechugar con un padre no demasiado razonable; Ladonna, la primera mujer de Antoine Batiste, rehizo su vida junto a otro hombre y, aunque podría llevar una vida más relajada, se ha empeñado en arreglar y mantener el bar que creó su padre; la familia Bernette (abogada, escritor, hija adolescente) intenta sobrevivir durante toda esta temporada a una tragedia familiar que ocurría en la primer temporada; Janette es una chef que, después de su fracaso laboral en la primera temporada, intenta salir adelante en los fogones neoyorkinos; Annie y Sonny, que fueron pareja, intentan ahora vivir nuevas vidas, ella junto a Davis, tocando el violín donde puede, él luchando contra sus adicciones y buscando trabajo en cualquier banda, aunque sea la de Antoine Batiste. Y dos personajes nuevos que se suman al grupo en esta temporada: Nelson Hidalgo, un especulador sin escrúpulos que ha acudido a la ciudad a aprovecharse del río revuelto, y Terry Colson, un honrado policía que se enfrenta a la institución a la que pertenece al intentar ayudar a Toni Bernette en el esclarecimiento de un crimen acontecido en los días que siguieron al Katrina.
Y la música. Jamás en ninguna serie o película la música ha jugado un papel tan decisivo como lo juega en Treme. Para empezar, el mismo título alude a un barrio de músicos especialmente vapuleado por el huracán, la delincuencia y la dejadez de las instituciones. En cada episodio la música es el marco -y el eje, en muchas ocasiones- del argumento, y, por tanto, está omnipresente. Una música que se convierte en metáfora de la tradición cultural de un pueblo: Lambreaux se empeña en que sus cantos indios sigan adelante -venga el huracán que venga-, y se sacrificará todo lo que sea necesario. El jazz de New Orleans, que muchos aficionados al jazz culto miran con desprecio o condescendencia, es una riqueza cultural que no hay que perder, y el hatajo de músicos perdedores que se dedican a él no lo hacen desde presupuestos intelectuales, preservadores, sino vitales: no pueden evitar vivir donde viven, amar la música que aman y dedicarse con toda su alma a ella. La música, así, se convierte de camino en metáfora de todo lo hermoso que puede crear un pueblo, de todo lo bueno que debe perdurar por encima del tiempo, de aquello que, al escucharla, nos hace disfrutar, bailar, vivir con los demás. La música es vida, y en Treme se desborda por los cuatro lados de la pantalla.
Desde el punto de vista cinematográfico,  los autores se decantan por una narración pausada, atenta a los pequeños gestos, impresionista, a medias volcada en lo íntimo y a medias en lo colectivo. Las interpretaciones -cada una de ellas- son de quitarse el sombrero, y la temporada carece de un argumento como tal: es la acumulación de pequeñas y grandes acciones de cada uno de los personajes lo que el espectador percibe, pero dispuestas de tal forma que también surge música de las imágenes, de la disposición de las secuencias. 
La serie es tan lenta, tan poco comercial, que uno se pregunta cómo es posible que haya alguien dispuesto a financiar productos como éste. Los milagros son así (y casi todos suceden en la HBO).




lunes, 15 de agosto de 2011

24 (5ªTemporada)



Jack Bauer vuelve a la carga, acompañado de su móvil -la batería más duradera del planeta- y sus inseparables colaboradores. Y, una vez más, vuelve a salvar el mundo (bueno, Estados Unidos, que es como su metáfora). En este caso, la amenaza (sólo cuento el principio, para no desvelar los giros del guión) proviene de unos terroristas rusos que pretenden usar un gas que todo el rato llaman nervioso. El arranque de la temporada es soberbio, y la conclusión a la altura de la paciencia que el espectador ha invertido en su visionado. El problema es la fórmula, que, después de cuatro temporadas, ya está más que agotada. La capacidad de sorpresa del espectador ya está más que machacada. Uno sabe, al comenzar la serie, que:

1. Hay un traidor, o varios, dentro de la WAT.
2. Bauer va a seguir adelante gracias a última tecnología y a su suma sacerdotisa, Chloe.
3. Las instituciones van a jugar en contra del protagonista.
4. El final es agridulce.
5. Los protagonistas tienen que sacrificar su felicidad personal.
6. Un presidente (ficticio) de los Estados Unidos va a jugar un papel clave en la historia.
7. Los terroristas suelen ser europeos.
8. La cámara es nerviosa, y siente preferencia por los ambientes oscuros y nocturnos.
9. Cualquier problema en manos de Bauer va a solucionarse, antes o después.
10. Habrá varias escenas de tortura -siempre con buenos fines- a mano de Bauer.
11. Todo sucede contrarreloj, y las crisis se solucionan en el último segundo.

A pesar de todo esto, hay que decir que se trata de un producto audiovisual impecablemente realizado, muy bien narrado, solvente. Sus creadores han cogido a Harry Callahan, James Bond, Houdini, Indiana Jones y a MacGyver y han creado a un personaje atractivo, y han sabido acompañarlo de personajes funcionales, sí, pero también atractivos. Chloe, por ejemplo (interpretado de forma soberbia por Mary Lynn Rajskub), la analista de la WAT con una insensiblidad social y una fidelidad a Bauer a prueba de bombas, va creciendo como personaje y en esta quinta temporada tiene un protagonismo que alegra al espectador, que a estas alturas ha aprendido a apreciarla. Los personajes están magníficamente interpretados -aunque no siempre poseen la suficiente profundidad psicológica-, y se ponen al servicio de la historia, del producto final. Especialmente notable es, en esta temporada, el dibujo del despreciable presidente Logan, interpretado de forma sorprendente por Gregory Itzin (cuánto se habría ahorrado Peter Jackson si lo hubiera contratado para interpretar a Gollum).
Aunque hay muchos elementos que satisfacen al espectador, es imposible no notar el cansancio, como decía antes, de la fórmula, que se ha acomodado y le da al espectador lo que éste demanda. La hipertrofia narrativa también, es evidente, acaba instalando en la cabeza del espectador la inevitable pregunta: ¿es necesario que cada temporada tenga 24 capítulos de una hora? Los guionistas sudan tinta china para llenar de tanta acción todo ese tiempo, y a estas alturas no es que hayan caído en el manierismo, es que hace tiempo que lo dejaron atrás. ¿Por qué no titular la serie 12 y contar lo mismo de una forma que no canse tanto?


miércoles, 6 de julio de 2011

Bright star



Jane Campion conoció la gloria a principios de los noventa con El piano, una película que tuvo la fortuna y la desgracia de ir asociada a esa época. Fortuna, porque se hizo, a pesar de tratarse de una película minoritaria, celebérrima -a lo que contribuyó no poco la banda sonora de Michael Nyman-; desgracia, porque mucha gente la asoció a esa época y, una vez pasada ésta, se la consideró fuera de lugar. Después vino Retrato de una dama, que se aprovechó del tirón de El piano, y que muy poca gente vio. Después, el silencio crítico. Campion estrenó más películas, pero los medios no se han hecho eco de ellas.
Hasta ahora. Bright star ha vuelto a poner a Campion en el panorama cinematográfico mundial Y los críticos han hablado elogiosamente de esta historia, en la que se nos cuenta el último periodo de la vida del poeta John Keats, su relación con Fanny, una vecina poco dada a la poesía. La directora ha querido hablar de muchos temas: la pasión romántica, la poesía, la muerte... Y, tratándose de un cuasi biopic y de una historia de las llamadas de época, la historia ha querido no caer en el academicismo y poner distancia con la gran mayoría de las películas de temática y época semejantes, y para ello se ha esforzado en una narración entrecortada, que escatima al espectador la continuidad lógica de las escenas y que, desgraciadamente, vuelven fríos y rebuscados los diálogos y las reacciones de los personajes, a veces incomprensibles e increíbles. Una verdadera pena, porque el proyecto es realmente interesante, y el envoltorio visual utilizado es deslumbrante, magistral. El ojo pictórico de la directora, que ya demostró maestría en El piano y en Retrato de una dama, se erige en el auténtico protagonista de la película. Toda la frialdad que los diálogos y el guión transmiten -por una equivocada voluntad de originalidad- se calza en unas imágenes que -éstas sí- derrochan belleza y sentimiento. Y no se trata de esteticismo vacuo: no en vano nos encontramos ante una historia sobre uno de los poetas que más han reflexionado sobre la Belleza.