lunes, 10 de enero de 2011

London river

¿Qué sucede entre el momento en que una madre ve en la tele la noticia de un atentado y aquel en que por fin, ante los empecinados silencios al teléfono de la hija, decide que quizá ha sido una de las víctimas? Ese lapso de tiempo es el que Rachid Bouchareb -director de Indigènes- ha elegido para indagar en el interior de unos seres anónimos vapuleados por el dolor, en este caso una mujer de mediana edad -Brenda Blethyn, soberbia- que vive en una islita, lejos de Londres, y un hombre africano -Sotigui Kouyaté-, afincado en Francia, que busca a su hijo, al que hace tiempo que no ve. Los dos deambulan por Londres en busca de sus respectivos hijos, llenan los tiempos muertos como pueden, ponen carteles en cada pared y farola que encuentran, preguntan a viandantes, visitan hospitales. Se cruzan en numerosas ocasiones y, casi al principio de la película, el espectador intuye que sus respectivos hijos eran pareja y que han muerto en el atentado terrorista. La mirada y la voz de Brenda Blethyn consiguen transmitir al mismo tiempo la esperanza irracional a la que uno se agarra hasta el final y el miedo cerval a las evidencias cada vez más claras de que su hija ha muerto. Sin embargo, el director ha decidido, a la vez que muestra la angustiosa espera de los padres, recordarnos el inevitable racismo que el ciudadano medio lleva dentro, inoculado como un veneno. No quiero desvelar nada más del argumento, pero bastará con decir que el planteamiento de este segundo tema -la desconfianza racista de ella hacia él- empieza y se desarrolla de una forma adecuadísima y concluye de forma insatisfactoria, por simplista. 
Por lo demás, se trata de una historia muy bien contada, llena de tiempos muertos y silencios que contribuyen a crear en el espectador la misma inquietud que sienten los protagonistas, interpretados de forma desigual por los actores: mientras ella borda su papel, él pasea su imponente figura por las calles de Londres con el mismo gesto siempre. Posiblemente el director quería expresar que el dolor se expresa de forma diferente dependiendo de la cultura de la que provengas, pero la cara de palo del sufrido padre africano es, durante todo el metraje, demasiado idéntica a sí misma.


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