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martes, 6 de septiembre de 2011

La piel que habito



Y llegó la tan esperada -campaña publicitaria perfecta de por medio- película de Almodóvar. La historia, inspirada muy libremente en la novela Tarántula, de Thierry Jonquet, nos cuenta una de las historias más universales que existen, la de la venganza. La venganza de un padre sobre quien le arrebató lo que más quería. Sólo que la venganza acaba complicándose. La historia, como siempre en el autor manchego, es una excusa para jugar con los géneros y crear una criatura insólita, mezcla de las películas de científico enloquecido, de amour fou (en esta ocasión en sordina, sin tanta palabrería), de psicópata, de creador enamorado de su creación. Y todo, unido a los estilemas propios del cine del propio autor, que es en sí ya un género: colorido, gusto por lo bizarro, por la provocación, uso de canciones, humor un tanto surrealista, interés por la problemática de la identidad sexual, etc, etc. Y el artefacto que le ha salido se deja ver con agrado -bastante más del que hacía presagiar el tráiler-, pero poco más. Se supone que hay una profunda indagación en la identidad sexual, en la relación víctima-verdugo (y su inversión), que los sentimientos están bullendo bajo la piel, pero todo atisbo de pasión es inexistente. En la historia y en la narración. Y hay secuencias que, supuestamente, están ahí para provocar una profunda emoción y  producen risa. 
A veces da la sensación de que Almodóvar confía tantísimo en su genio, en su creatividad (que lo ha llevado a crear grandes películas), que está convencido de que no hay situación, por ridícula, rebuscada o rocambolesca que sea, que él no puede convertir en cine de primera calidad. Su cine se resiente de eso últimamente. Del enorme ego de su autor.