lunes, 10 de enero de 2011

Madre amadísima



Salvador Távora fue relativamente famoso como director teatral, y sus montajes, que dieron que hablar y tuvieron un éxito notable, siempre utilizaban las esencias andaluzas: ya se nos contaran las tribulaciones de Carmen o Medea, se utilizaban la semana santa, los toros, el Rocío o algo similar. Su hija, Pilar Távora, ha decidido, con la ayuda de la Junta de Andalucía, continuar la labor de su padre y erigirse en una voz andaluza dentro del cine nacional. Empezó con la andalucísima Yerma, y su filmografía continúa con Madre amadísima, que es una película llena de enigmas. ¿Qué puede empujar a todas las instituciones públicas y privadas que han invertido en esta película a confiar en esta directora? ¿Cómo es posible que una dirección calamitosa, responsable de una película directamente ridícula, reciba subvenciones? Supongo que la razón debe de hallarse en que se trataba de una apuesta llena de esas esencias andaluzas a las que me refería más arriba. Un mariquita viejo (de esos que hablan de sí mismos en femenino y dicen maricón a cada momento) está vistiendo a una virgen y mantiene un monólogo-diálogo a través del cual vamos asistiendo a su vida. La directora se enorgullece de tocar grandes temas (discriminación del homosexual, hipocresía social, violencia machista, incluso críticas a la Iglesia), pero todo es superficial y falso en esta narración, además de mal contado. Como espectador, esta película es una estafa, y como andaluz, me avergüenzo de ella. Ya estoy harto de tipismos, de vírgenes, de semanas santas. Por favor. Como si en Andalucía no existieran mil temas, mil sensibilidades, mil realidades, mil voces que deberían tener acceso a esas ayudas antes que estos bodrios, que se escudan detrás de buenos sentimientos y grandes temas. No voy a hablar de la música (que va por una parte y las imágenes por otra), ni de las interpretaciones (de vergüenza ajena), ni del montaje. Como muestra, un botón: el protagonista, ya cincuentón, asiste al entierro de su amadísima madre y allí se encuentra con su padre, interpretado por el mismo actor que lo interpretaba de joven, y que parece más joven que su hijo. A la directora la parecía suficiente, seguramente, con decir palabras altisonantes pero huecas. Se supone, desde el mismo título, que el amor a la madre va a ser importantísimo para este personaje rechazado por todos, pero ese amor no queda explicado de ninguna manera, ni es mostrado de forma eficaz en ningún fotograma, más allá de una escena supuestamente dramática en la que Gala Évora le grita a su marido maltratador, cuando éste va a golpear al hijo, que la golpee a ella, que al niño no. La planificación de la escena, redundante y torpe, acaba quitando cualquier atisbo de dramatismo. El espectador, en todo momento, se siente lejano de lo que se le cuenta, como suele suceder cuando nos cuentan mal una historia.
Y no hablemos de la supuesta denuncia al rechazo de la homosexualidad en la España tardofranquista. Es de opereta, y proyecta una mirada carente de cualquier empatía sobre ese colectivo, el gay, que, interpretado por el actor protagonista, alcanza la categoría de esperpento.
Qué pena que las voces oficiales de Andalucía acaben siendo Pilar Távora y otros como ella, en lugar de Benito Zambrano y tantos otros directores que, por no pagar el peaje del tipismo, no reciben la difusión que merecerían.

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