martes, 8 de febrero de 2011

Ciudad de vida y muerte



Mientras se ven las hermosísimas -y escalofríantes- imágenes de la última película de Lu Chuan (las anteriores me son desconocidas), es imposible no situarse en la tradición del mejor cine bélico: si el tráveling por las trincheras del comienzo remite a Senderos de gloria, la ambición del conjunto, el personaje colectivo y la mirada compasiva sobre el dolor humano y el horror de la guerra nos recuerdan al Spielberg de La lista de Schindler, sobre todo. Pero donde el norteamericano abría un resquicio a la esperanza en la figura del protagonista, que libraba de la muerte a muchos judíos, Lu Chuan es más crudo y pesimista. No hay escapatoria, ni coartada, parece decirnos: el ser humano es inhumano, cruel, una bestia capaz de las mayores atrocidades. Aunque hay personajes que tienen gestos generosos y heroicos, lo que predomina en el conjunto es una visión terrible sobre el hombre. 
Estéticamente, la película apabulla por la belleza de sus encuadres y composiciones, por el blanco y negro espectacular, dramático, épico  y lírico a la vez. Las composiciones, en particular, me hicieron recordar al clásico bélico de Kubrick. También lo recuerda en su espíritu crítico y nihilista, aunque en la que nos ocupa aparecen, aquí y allá, algún brote de esperanza. He leído en algún sitio que la intención de esta producción china era criticar a sus sempiternos enemigos, los japoneses, pero yo no lo creo así. Lo que se te queda en la mente no es "Qué malos fueron los japoneses" sino "Qué cruel es el ser humano".
El argumento es sencillo: después de tomada la ciudad china de Nanking por los japoneses en el curso de la Segunda Guerra Mundia, los invasores demuestran una crueldad sin límites sobre los prisioneros y cometen las mayores atrocidades. Aunque el protagonista es colectivo, hay algunos personajes que le sirven al director para presentarnos diferentes realidades: el sirviente chino de un diplomático alemán (y la familia del primero), un soldado japonés que -lo vemos en su mirada- se va afectando cada vez más por los horrores que ve cometer a su alrededor y una mujer china que intenta luchar por todos sus compatriotas dentro de la zona de seguridad. Los tres le sirven al director para contarnos, de forma dura y sensible a un tiempo, diferentes episodios que se van acumulando hasta llegar al clímax final. De las escenas del principio, épicas, multitudinarias, se pasa al intimismo atormentado, solitario, del final. Después del horror, la vida y la esperanza y la alegría y el olvido son posibles, parece decirnos el director. Pero un servidor no podrá olvidar ciertas escenas: la carretilla colmada de cadáveres de mujeres desnudas que decidieron entregarse para salvar a las demás; una niña arrojada por una ventana; las matanzas de soldados prisioneros en la playa; las risas finales del niño; los enterrados vivos... Como digo, la película es una suma de episodios que en algunos momentos -cabezas colgadas de los árboles, por ejemplo- recuerdan los desastres de la guerra de Goya. La tradición narrativa elegida es la occidental (Spielberg, Eastwood, Kubrick), tanto en la composición como en el montaje, como si China se hubiera encargado de producir una gran película para que Occidente vea de lo que es capaz, y no sólo en el terreno económico. El gigante asiático demuestra su poderío una vez más, y a los espectadores nos deja el corazón estrujado y los ojos húmedos.




4 comentarios:

  1. No es la primera vez que leo maravillas sobre esta cintta. La adelantaré en la lista de pendientes de visionado. Estupenda reseña.

    Saludos en paralelo.

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  2. Gracias por recordarnos que esta película es obligatoria, a mí se me había pasado y tu análisis invita a verla cuanto antes. Saludos

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