miércoles, 9 de marzo de 2011

Yo soy la Juani



Tengo el convencimiento de que las películas de Bigas Luna nacen de una imagen original, una imagen potente a la que el director se entrega igual que a una amante. Se entusiasma, la besa, le hace el amor y se engaña al fin, porque esa imagen, por sí misma, no es una película. Sólo un germen, un embrión. Él, absolutamente convencido de que cualquier cosa que surja de esa imagen va a merecer la pena, realiza películas que hacen agua por el mismo sitio: el guión. Desde el Bigas Luna interesado en ambientes malsanos, morbosos e impactantes (el de Bilbao o Caniche) al cronista de la España de los ochenta y noventa (Jamón, jamón, Huevos de oro) o al erotómano (más o menos) sofisticado (Las edades de Lulú, La teta y la luna), sus películas -siempre desiguales, siempre descompensadas- dan rabia, porque hay una mirada muy personal que a menudo se acaba evaporando por la ausencia de una buena historia. Igual que Jamón, jamón surge de una pareja que hace el amor debajo del toro de Osborne, Yo soy la Juani nace del intento por retratar un mundo inédito en nuestro cine: el de los macarras y sus novias, los coches tuneados, la discoteca, las grandes superficies y el extrarradio, asfixiante. Pero ese intento -interesante como punto de partida- fracasa por culpa de una historia que no es tal: las idas y venidas de la protagonista, una cajera con aspiraciones a actriz, se ganan la simpatía del público, pero bien pronto, por falta de un guión sólido, acaba desinteresando y cayendo en el tópico. Junto a momentos muy conseguidos -Juani, cuando le piden que cante y baile para una prueba, baila y canta un rap poligonero y deja al descubierto su falta de educación, la estrechez de su horizonte-, encontramos momentos increíbles o inanes -el "pez gordo" que acaba durmiéndose en el sofá, la borrachera agresiva del padre. Y, sobre todo, la sensación de un déjà vu más bien desagradable. El recurso a montajes y a imágenes de estilo hip hop contribuyen también a que el espectador se acabe desenganchando de ese tren, que acaba cayendo el precipicio del aburrimiento. 
A pesar de todo, merece la pena por esas pocas imágenes potentes de su director y por la interpretación de Verónica Echegui, voluntariosa -como su personaje- e inspirada.
(Di-Di Hollywood, la continuación de esta película, ha recibido múltiples varapalos, pero ésa es otra historia).

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