jueves, 3 de marzo de 2011

Poesía



Un nombre imposible más para mi castigada memoria: Lee Chang-Dong. El director de Poesía muestra, en una narración pausada y rica -como el río con que empieza y termina el film-, la vida de Mija, una sexagenaria que vive en una ciudad innominada de Corea. Su vida no es un lecho de rosas: la hija vive fuera y es ella quien se ocupa del mantenimiento y la educación del nieto, un adolescente huraño y violento. Por otra parte, el médico acaba de diagnosticarle un incipiente alzheimer. Y, a pesar de todo, es una mujer sonriente, delicada, acostumbrada a pasar por todo el fango de la realidad sin mancharse demasiado. Ver a la viejecita vestida con elegancia insólita en el barrio, contemplar su caminar elegante, nos hace consciente de que Mija es un espíritu diferente, incontaminado. Y, al final de sus días de conciencia, se propone una tarea que siempre ansió: aprender a escribir poemas. Por eso acude a un taller literario y se enfrenta a la tarea de la creación poética. La belleza como absolución de todas las fealdades de la vida, incluso como una forma de redención, es el tema central de esta obra hermosa, pausada, atenta a los pequeños gestos más que -a pesar del título- a las palabras. 
Poesía es también una reflexión sobre el paso del tiempo, la destrucción de la memoria y, sobre todo, la constatación de cómo ese paso del tiempo consigue instalarnos en un mundo cada vez más incomprensible. La figura del nieto -violento, haragán, maleducado, inhumano- se nos antoja una pesimista visión sobre un presente demencial, que debería no ignorar un pasado -la abuela- del que debería aprender mucho para alcanzar algún sentido. 
Una película hermosa, discreta y tímida, como su protagonista, que demuestra unas dotes interpretativas soberbias, merecedoras de todos los premios del mundo.

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