martes, 28 de diciembre de 2010

Canino



El otro día leí en una revista de cine la palabra marcianada para referise a Canino, de Giorgos Lanthimos, y puedo aceptar que lo sea si despojamos a esa palabra de todas sus connotaciones negativas. Efectivamente, es una película de otro planeta (el planeta Lanthimos, que yo espero que nos depare muchas marcianadas más), y mi  boca abierta durante horas, después de verla, y el recuerdo de la película rondándome días después, son la mejor prueba de que es algo insólito, nunca visto. Y es una de esas películas que te impactan, que no olvidas, pero su impacto no es meramente visual, ni su violencia es epidérmica, sino que se instalan en la parte más profunda de uno, creando una inquietud, una turbación que hacía mucho tiempo que no sentía en el cine. No es una película que uno pueda recomendar a sus amigos, porque igual que genera entusiasmos incondicionales, igual produce desagrados y rechazos.
Unos padres (griegos, aunque podrían ser de cualquier parte) deciden criar a sus hijos de espaldas a un mundo que consideran dañino, y para ello levantan una casa en el campo y una verja altísima. Los hijos, que ya son jóvenes, no conocen nada del mundo que bulle fuera de esa casa, porque en esa casa no hay radio, ni televisión, ni nada que haga referencia a lo de fuera. Si en El bosque Shyamalan planteaba una premisa parecida, pero con una comunidad en lugar de una familia y con el formato de una película de misterio, Lanthimos se complace en mostrarnos la vida cotidiana de unos seres ingenuos que confían ciegamente en el padre y aceptan resignadamente sus duros castigos. A medias infantilizados, a medias dedicados a juegos crueles para matar el tiempo (no pueden leer, ni ver la tele, ni escuchar la radio...), viven en un limbo feliz que se destruye cuando el padre decide que su hijo mayor debe tener desahogos sexuales si no quiere que le pase como a un cuarto hijo, que huyó y que proyecta una larga sombra sobre los que quedan.
Y la vida cotidiana de esos seres ultraprotegidos está narrada con imágenes llenas de luz, de color, de planos medios y generales, y el sentido último de esta perturbadora historia no nos lo da el director masticado. Así que sale uno del cine con una terrible sensación de orfandad y de no saber si lo que uno ha interpretado es correcto o no. En cualquier caso, independientemente de su significado, Canino (cuyo título resulta explicado en una de las escenas más terribles que un servidor haya visto en el cine reciente) es un regalo para los ojos y la presentación en sociedad de un director que demuestra tener un mundo propio y una forma propia de mostrarlo. Porque, más que narración, en esta película hay mostración. Qué gustazo encontrar una voz propia que tiene algo que decir, aunque ese algo quede al arbitrio de cada cual.
Y se me ocurre pensar que el cine griego (por lo menos el de los dos directores que conozco, Angelopoulos y Lanthimos -Costa-Gavras se hizo amerciano hace muchos años-) es uno de los más tristes que conozco, de los más originales, como si sus directores se hubieran propuesto deliberadamente dinamitar el mito del griego expansivo, gritón, mediterráneo, feliz.

2 comentarios:

  1. Independientemente del grado de acuerdo que podamos tener en esta película (que acabo de ver y me parece una buena idea a la que le falta un buen desarrollo) he leído tus críticas a lo que he visto (Walking Dead y Two Lovers, y estoy de acuerdo en todo lo que dices) y me han gustado mucho. Ya tienes otro seguidor.

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