sábado, 25 de diciembre de 2010

The walking dead

No pude evitarlo: todo el tiempo me estuve acordando de La carretera, sólo que los hombres malos de aquella peripecia, los caníbales que me tuvieron pegado al asiento, en esta ocasión son zombis. Pero el mundo es el mismo: una atmósfera apocalíptica, donde la civilización ha quedado abolida en poco tiempo. Y lo mejor de esta miniserie no está en las interpretaciones, ni en los diálogos -que, en muchas ocasiones, provocan vergüenza ajena-, sino en el retrato de ese mundo donde ya nada tiene sentido. Los gobiernos no existen, ni las leyes, sólo la imperiosa ley de la supervivencia. Y esas cartas las juega la serie a la perfección.
Es cierto que toma prestados elementos de 28 días después -el despertar en el hospital-, de Amanecer de los muertos -el grupo humano refugiado en un supermercado-, y que desconozco el cómic original, pero Frank Darabont consigue dejar a los zombis como telón de fondo de un grupo de personas cuyas disputas y tensiones son el auténtico centro del relato. La desesperanza, la reflexión sobre el fin de la especie o el sentido de la vida, el profundo pesimismo del relato brotan a cada paso. También hay emoción, y tensión bien resuelta, y el equilibrio entre la acción y la descripción es perfecto. Sobran, como digo, algunos diálogos penosos. Y, sobre todo, sobraría una continuación. El final abierto -pero lógico- sería pulverizado por una segunda temporada.
Quedan para el recuerdo algunos momentos espeluznantes, dignos del mejor cine: toda la secuencia del tanque; la hermana esperando el despertar de la otra hermana; el abandono del compañero hiperviolento esposado a la cañería... Y jamás podré olvidar el camino de dos personajes embadurnados en vísceras de zombi para pasar desapercibidos entre una multitud de no-muertos, donde uno parece seguirlos a un palmo de sus nucas.


No hay comentarios:

Publicar un comentario