martes, 21 de diciembre de 2010

Wonderful Town

Empezaron siendo unos pocos, pero ya son muchos los directores de cine asiáticos que han demostrado ser lo suficiente interesantes como para seguirles la pista, pero me considero incapaz de retener esos nombres endemoniados, por mucho que me guste la película. Kurosawa se me quedó, como se quedan los nombres de los clásicos; luego Zang Yimou, que durante varias películas hermosísimas nos convenció de que el cine chino merecía la pena. Luego se dejó caer por una pendiente legendaria y esteticista que me interesa bastante poco. El último nombre que se me ha quedado ha sido el del no menos esteticista Wong Kar-Wai. Y he visto muchas películas asiáticas que me han encantado, pero no recuerdo a sus directores. El nombre del director de Wonderful Town, Aditya Assarat, lo olvidaré en poco tiempo, pero el recuerdo de su película de 2007 tardará mucho tiempo en borrárseme de la memoria. Como en Naturaleza muerta, de Jia Zhang Ke -otro nombre que habré olvidado de aquí a diez minutos-, el director se sitúa en un tiempo histórico concreto: tres años después del tsunami. Y la sombra de ese tsunami, sin ser obvia, planea y respira por la película entera. Los personajes se dedican a reconstruir sus vidas y sus edificios, y a intentar vivir sin los ausentes. Y, sobre todo, se entregan al amor. Un amor sencillo, sin empalagos ni dramatismos, que florece en un verdadero paraíso destrozado, en un lugar alejado de todo, en medio de ningún sitio.
La película, con una sencillez y una melancolía pasmosas, nos cuenta el nacimiento y desarrollo de un amor de imprevisibles consecuencias. Un amor hecho de naranjas, picnics en el campo, recogida de toallas secas en el tendedero, hoteles casi vacíos, lluvias repentinas. Y me lo creo todo, y me emociono. La naturaleza y los personajes se convierten en uno, dos personajes solitarios que aprenden a mirarse a los ojos, a echar de menos el olor del otro.


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