miércoles, 6 de julio de 2011

Bright star



Jane Campion conoció la gloria a principios de los noventa con El piano, una película que tuvo la fortuna y la desgracia de ir asociada a esa época. Fortuna, porque se hizo, a pesar de tratarse de una película minoritaria, celebérrima -a lo que contribuyó no poco la banda sonora de Michael Nyman-; desgracia, porque mucha gente la asoció a esa época y, una vez pasada ésta, se la consideró fuera de lugar. Después vino Retrato de una dama, que se aprovechó del tirón de El piano, y que muy poca gente vio. Después, el silencio crítico. Campion estrenó más películas, pero los medios no se han hecho eco de ellas.
Hasta ahora. Bright star ha vuelto a poner a Campion en el panorama cinematográfico mundial Y los críticos han hablado elogiosamente de esta historia, en la que se nos cuenta el último periodo de la vida del poeta John Keats, su relación con Fanny, una vecina poco dada a la poesía. La directora ha querido hablar de muchos temas: la pasión romántica, la poesía, la muerte... Y, tratándose de un cuasi biopic y de una historia de las llamadas de época, la historia ha querido no caer en el academicismo y poner distancia con la gran mayoría de las películas de temática y época semejantes, y para ello se ha esforzado en una narración entrecortada, que escatima al espectador la continuidad lógica de las escenas y que, desgraciadamente, vuelven fríos y rebuscados los diálogos y las reacciones de los personajes, a veces incomprensibles e increíbles. Una verdadera pena, porque el proyecto es realmente interesante, y el envoltorio visual utilizado es deslumbrante, magistral. El ojo pictórico de la directora, que ya demostró maestría en El piano y en Retrato de una dama, se erige en el auténtico protagonista de la película. Toda la frialdad que los diálogos y el guión transmiten -por una equivocada voluntad de originalidad- se calza en unas imágenes que -éstas sí- derrochan belleza y sentimiento. Y no se trata de esteticismo vacuo: no en vano nos encontramos ante una historia sobre uno de los poetas que más han reflexionado sobre la Belleza.


sábado, 2 de julio de 2011

Insidious



¿Por qué es tan difícil ver una buena película de terror? Es como si ese género se hubiera agotado, o como si los buenos directores hubieran elegido otros géneros para demostrar su valía, aunque encontremos, claro está, excepciones. Pero qué difícil es ver buen cine de terror actual. Los directores, sumidos en un mareo de referencias metacinematográficas, sucumben a un manierismo que no hace disfrutar realmente. Y la sutileza, ese gran ingrediente del buen cine de terror, brilla por su ausencia, al mismo tiempo que este género -si es que puede seguir llamándose así- se dirige a un público adolescente que sólo pide sustos, no importa que zafios, sólo sustos. Y sangre. No voy a criticar el gore -género contra el que no tengo nada-, sólo la falta de ideas, el páramo en el que el terror cinematográfico parece encontrarse.
Todo esto me viene a la mente después de haber visto Insidious, la última película de James Wan (el iniciador de la saga Saw), cuyo estreno venía precedido de buenas críticas. Lo que mis ojos han visto ha sido una película mediocre, exánime, un refrito de otras (Poltergeist y todas las de casas encantadas, Los otros, El exorcista) que, sobre todo, no daba miedo. Solo esos sustos que tanto desean los adolescentes. La visión del más allá es circense, ridícula en una película de miedo, y los malos de la función -sobre los que se generan unas ciertas expectativas de miedo- acaban siendo más un diseño visual que unos entes realmente temibles. En fin, hay películas que no merecen que se gaste muchas palabras en hablar de ellas. Pensé omitirla en este blog, pero no he podido sustraerme a la tentación de dejar constancia de la decepción, una vez más, de la última película promesa de miedo.